A quien despierte:
Entre el "todavía no" y el "ya no", todas las vacilaciones son la misma.
Una constante espera, podríamos decir, aunque estaríamos menos errados si dijéramos "duda" (total, errados estaríamos lo mismo). Una duda.
Un estado extraño en el que esperamos la muerte sin saber cuándo vendrá, pero completamente seguros de que efectivamente lo hará. Y no hay nada más efectivo que la muerte. En esa enorme, gigantesca e ínfima vacilación que es una vida, todas las otras dudas se hayan contenidas y a la vez compuestas por la vacilación mayor.
Así, toda duda se torna idéntica a la que la ha precedido y la que la seguirá y todas a aquella que las contiene. Todas son imitación (y no hay como la duda para la mímesis). Todas tienen su "todavía no" y su "ya no" y todas llevan consigo la muerte. Entre el "todavía no" y el "ya no", todas las vacilaciones son la misma.
Ahora bien, partiendo de la consideración que usted hacía, K*** (pues intuyo que en algún momento usted leerá esto que hoy o ayer estamos escribiendo), considerando esa conciencia de la inconciencia que se condesa en el sueño... y me refiero, claro, a la conciencia de muerte que implica el sueño, es decir, la inmersión en la inconciencia. Partiendo de esa consideración que usted hacía, amiga mía, la única vacilación que no se torna en mera imitación es (escuche!) la de irse o no a dormir. "Con alguien", "en soledad", "con quien", "sin quien", "temprano", "tarde", "en la cama", "en el suelo", puras salientes de las que nos aferramos para no precipitarnos en eso que intuímos es una caída... dudas despreciables cuya existencia se justifica tan solo en el miedo, pues encubren la verdadera duda, la verdadera vacilación, que es la de irnos o no a dormir, sumergirnos o no en la inconciencia que sabemos es la muerte.
Y si nos resistimos? Desfallecemos hasta que inevitablemente nos dormimos en el transporte público y nos despertamos en la General Paz; es casi casi un recordatorio por parte de la inconciencia de que, finalmente, ella es dios y que el sueño, la muerte, sobrevendrá inevitablemente...
Entonces, entregarse al sueño es algo así como adelantar brevemente la certidumbre final y guarda en sí un acto sublime, que roza lo divino, pues en él conocemos y abrazamos a nuestro dios y somos uno con él, gozando brevemente de no ser realmente dominados (pues la inconciencia, efectivamente, nos domina), todo lo cual se alcanza al ser suprimida esa voluntad del individuo conciente y tornarse todo en deseo inconciente. Podría decir que difiero con usted aquí, pues no siento que nosotros (si ese nosotros se trata del conjunto de yoes, es decir, concientes), en la inconciencia juguemos a ser dios, sino que en la inconciencia (que es dios y que es el dueño del juego del sueño), el yo se desdibuja, se desdobla, perdiendo relevancia su voluntad de pensamiento al punto de desaparecer y desvanecer consigo al yo mismo, quedando únicamente ella, que es dios. Me dirán, pues, que no es que no seamos dominados entonces sino que se elimina a aquel que es dominado en el estado de conciencia, que es el pensamiento. Les diré que lo mismo da.
Uno puede morir una y mil veces dentro de su sueño, dice usted, K***. Sin duda, pero no a voluntad... revivimos para volver a morir únicamente si el otro, inconciente, desea que así sea.
Así, siguiendo con eso que usted decía de la muerte y el sueño unificados, podemos imaginar que la muerte es un sueño en el cual, finalmente, el otro, inconciente, no desea que revivamos para así volver a morir. Y así morimos. Sí, podemos imaginarlo así. Al fin y al cabo, el sueño es el juego favorito de nuestra desmedida imaginación, no es así? Ah, señorita, cuánto ha acertado usted; nuestra D E S M E D I D A imaginación... nos salva, señorita, pues si no fuese desmidida, jamás nos atreveríamos a incursionar en esos terrenos que hemos otorgado a la muerte. Y así, el sueño, tarde o temprano, quedaría primero vetado y luego vedado.
Primero lo ordenarán y lo someterán a una gélida rígida frígida aprobación de un ministerio, seguida de incluso! su estimulación. "Los niños duermen 8 horas", "los obreros, 6", "las mujeres, 7". Luego, ya en dictadura, será obligatorio y se incluirá la negación. "Los niños no dormirán más de 8 horas", "los obreros, no menos de 6", y se omitirá a las mujeres. Luego, para ponerle un poco más de onda, se acortará el período de sueño, restándole, la mayor parte de los casos, 2 o 3 horas.
Cuando la opresión y el despotismo de la dictadura (que por cierto habrá aplicado la pena capital tanto a quien excediera su tiempo destinado como a quien durmiera menos de la cuenta o no durmiera) se hallan vuelto inadmisibles, la tiranía caerá, se enjuiciará a los dictadores y finalmente, se vetará el terrible Sueño, símbolo de la imposición y la opresión.
Y del veto al vedo, hay sólo una letra.
Amiga mía, se entiende ahora lo de "todo eso es en vano, como no dormir".
Dormir, dormir, pero mucho más, soñar...
Si este sueño es apacible o si hay lugares, personas, mundos y universos depende del deseo, del capricho hundido hasta el cuello en la inconciencia. Ahora, no seamos tan necios de decir y pensar que al no poder dominar el sueño, éste se vuelve inútil, sin sentido... como bien dice usted, tal vez nuestra vida sea el sueño del sueño de la muerte, que también es sueño.
No dormir es en vano.
A quien despierte, dulces sueños.
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sábado, 19 de mayo de 2007
carta sobre el sueño
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